Al mal tiempo buena cara

El clima en el trópico está regulado por los monzones, que determinan la alternancia de las estaciones. En el sur acostumbra a llover mucho más, esto hace que la mayor parte de sus tierras sólo tengan dos estaciones, una seca y otra húmeda. Hay mucha diferencia de temperatura entre el sur que en invierno la temperatura mínima se mantiene en los 20 grados y el norte que puede descender hasta un grado.

Viajé durante la estación de lluvias. Este monzón suele comenzar en junio y durar hasta octubre, con lluvias abundantes unidas a altas temperaturas, 30 grados pero con una sensación térmica de 41.80% de humedad. Nubes dentadas, neblina permanente y días bochornosos. En décimas de segundo llueve intensamente. El agua invade la intimidad de las casas y los comercios. Cuando empieza a chispear tienes cinco segundos para protegerte de una lluvia torrencial, porque en Tailandia no llueve, diluvia. Todas las teorías son pocas para la lluvia, aquí todas pierden la lógica… “que si llueve durante 3 días seguidos, después despejará…” ¡ten fe en ello! Indistintamente, la vida continúa su transcurso cuando llueve, todos fuera sigue con su corriente rutinaria ajenos al diluvio, los mercados ahí están, el transporte sigue con su función, los únicos que se enfundan en chubasqueros, capuchas y botas de agua, somos los turistas occidentales.

Excursión con elefantes en Bangkok

Excursión con elefantes en Bangkok

Aún así, el clima, al fin y al cabo, parece tener poco que ver con el temperamento de la población autóctona. Durante las época de lluvias y tormentones, siguen con su sonrisa permanente. Parece aplicarse el dicho de “al mal tiempo buena cara”.

La inseguridad al volante

Moverme con cualquier transporte como la gente de aquí, hace que me sienta menos de paso. He experimentado la inseguridad de subir a cualquier medio de transporte, por mar, tierra y aire. Aún así son todos útiles y recomendables.

Camionetas de 16 plazas y subiendo. Motos familiares y conducidas por niños de 13 años sin casco, descalzos y con su amigo de paquete. Túk-túk, taxi-moto carrozados en los que la carcasa eres tú. Taxis en los que debes negociar un precio o ordenar: ¡Taximeter please! Para evitar cualquier tipo de “timo”. Coches particulares con los cristales tintados, las luces de faro azules y sin sistema calefactor solo A/C; siendo el Jeep Isuzu, Toyota y Suzuki las marcas más populares. Moto sidecar con la parada ambulante de comida al lado. Skytrain (1,2 euros el billete sencillo), como el metro de Barcelona pero con diferencias visibles: silencio sepulcral, los únicos que hablan son los turistas occidentales y en las salidas se forma una cola en línea recta, indudablemente no hace falta recordar por megafonía, “dejen salir antes de entrar”. Existen distinciones también en las clases de transporte por mar: el Ferry público (0,25 euros), la barcaza lujosa (Makala 350 euros) o el barquito de madera y motor antiguo (0,50 euros). Recomendado el río Chao Phraya, para escapar del tráfico y ver el atardecer desde el río. Por aire, coger un vuelo nacional hacia el norte o el sur es también otra opción auténtica y económica. El autobús, toda una aventura, vehículo público que ni los autóctonos se aclaran para cogerlo. Subí, free service. De un frenazo brusco e inesperado, cae una señora mayor que es recogida al instante por el conductor. Una mujer joven embarazada se protege con la bolsa de deporte la barriga. Un hombre descalzo y con los pies negros, descansa en primera fila. De pie, una niña adolescente con uniforme escolar y las piernas y el bigote peludo, cede el sitio amablemente a su familiar. Un general del ejército, con el escudo en la camiseta de ‘Royal Thai Army’, entra en el bus, toma asiento, se quita la boina, se seca el sudor y saca el móvil para chatear. El aire fresco del interior deriva de la decena de ventiladores enchufados en el techo. Eso sí, ¡date prisa al subir, el bus no espera, arranca en marcha!

Moverme con cualquier transporte como la gente de aquí, hace que me sienta menos de paso

En la carretera no hay leyes, o al menos que respeten, sólo una; en Tailandia se debe circular por la izquierda. Hay siempre un carril “invisible” que los coches, indiferentemente de la dirección en la que circulen, lo utilizan a su conveniencia. Los adelantamientos en pendientes y curvas son habituales. Las reglas y prácticas de conducción no están escritas en su código ético. Verdaderamente, me cuesta entender cómo no hay muchos más accidentes de los que se me pasan por la cabeza.

Mi más sincera reflexión

Tal y como se sincera Norman Lewis, autor de ‘Tierra dorada’ (1951), es recomendable el arte de mirar y esperar: “Cuando viajo no tengo fórmulas preestablecidas para recoger la información, tan solo miro y espero que pase alguna cosa; me encanta observar”. Reflexión sincera, admirabe y aplicable a la hora de viajar, en Tailandia debería ser el pan de cada día. El turista que busca el exotismo indígena como un espectáculo del que poder sacar una foto que protagonizará la portada del álbum del viaje, debería dejar a un lado los aparatos electrónicos, coger un bloc de notas y anotar la realidad. Los indios ancianos mantienen el proverbio de observar, escuchar y luego actuar. Viajar no es ver cosas sino vivirlas. Viajar como el mejor aprendizaje para ampliar horizontes, descubrir culturas, crecer en valores y chocar con la realidad de otras realidades. Aprendí. Los viajes a lugares exóticos y remotos tienen sus ventajas, como la esporádica e omnipresente sensación de aventura, novedades y experiencias. Jordi Llorens i Estapé, viajero y comunicador nato, lo tiene claro: “si el viaje no te modifica, no es viaje”. El viaje, como lección fundamental, transforma; no es un mito, es una realidad.

Y es que no hace falta que sea el periodismo, tal y como defiende el reportero de guerra David Jiménez, “con el periodismo todavía se pueden cambiar las cosas”. Y sin el periodismo también, es cuestión de observar, comprender y si se quiere entender. Pero sobre todo respetar la multiculturalidad y hacer un acto de alteridad constante cuando se esta viajando. Allí dónde esperaba ver prosperidad y felicidad, he encontrado pobreza, color, luz y sí, felicidad, quizás por ser la única realidad que conocen.

En cuanto al auguro de un futuro de Tailandia, es excelente. El país es maravillosamente fértil y su densidad de población es razonable. Es posible cultivar alimento para todos sus habitantes y esperar además alguna exportación. De todos modos, ahora cabe poner freno a la explotación de paisajes auténticos y naturales para construir el ‘Resort de Lujo’. El estilo de vida de los tailandeses nunca se ha basado en el consumo innecesario, respetémoslo y sobre todo, aprendamos de ello.

Skyline de Bangkok

Skyline de Bangkok

Quizás gran parte del trabajo también es de los tailandeses, en su mano está poner en orden y conocimiento sus diferencias y definir las políticas heredadas. Simplemente, deben evitar la epidemia de las doctrinas y normas que los occidentales están desplazando de su verdadera esencia.

Ya de regreso a España, recopilo mis notas, mis impresiones y vivencias en un intento de elaborar mi más sincera y objetiva valoración de las realidades de este fascinante país. Tailandia, destino de tradiciones milenarias y ritmo frenético. De contrastes y costumbres. Un lugar en el mapa que siempre estará ahí. Hasta siempre Tailandia.

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