Desterrar los estereotipos
Con aspecto de turista occidental, viajé durante un mes a Tailandia. El occidental, lleno de prejuicios y estereotipos viajará a Thai, sin entender sus costumbres y sin haberse documentado más allá del folleto informativo de la agencia de viajes. Aún así lo primero que debe poner en el equipaje de viaje es la alteridad y adaptación. Hay que entender que en el momento en que pisamos tierra distinta a la nuestra, los forasteros somos nosotros y por tanto, debemos respeto a su forma de vida. Aún así, es inevitable el shock cultural frente a la cultura asiática. Los dos primeros días estaba completamente desorientada, ni siquiera tomaba notas de lo que ocurría a mi alrededor, definitivamente estaba deslumbrada por las diferencias culturales que nos separan.
Dentro del proceso de globalización, y en contra de opiniones más optimistas, la diversidad cultural corre un grave peligro ante el innegable etnocentrismo de la cultura occidental. Lo cierto es que el etnocentrismo conlleva siempre una imposición de un único punto de vista frente a lo exótico. En este contexto es inevitable la concepción de un nosotros y un ellos con una relación intercultural condicionada por estereotipos que muchas veces se acentúan cuando se trata de una comunicación intervenida por los medios de comunicación.
¿Qué imaginan si hablo de Tailandia? Piensen y reflexionen. Pocos de los turistas occidentales no muestran ni el menor ápice de curiosidad por la extraña vida que transcurre a su alrededor, ni seguramente, piensan en Tailandia en términos que no sean arroz, elefantes, droga y colorido. Estereotipos que han establecido los profesionales de la comunicación de un país que etiquetarían como “no civilizado”. Este pernicioso pesimismo de los informantes quiénes creen conocer algo desde el otro lado del charco, es uno de los peores enemigos del viajero.
Existe además un estereotipo erróneo de que todo es ideal y paradisiaco, que la pobreza se supera por el ingreso económico que inyecta el turismo. Que el robo y la violencia son los espectáculos callejeros. Que las máscaras que llevan los nacionales son para evitar ‘infectarse’ de los occidentales. País donde la limpieza tal y como la conciben los europeos no existe. Donde tan solo en los hoteles y establecimientos diseñados para turistas occidentales se han instalado inodoros de asiento, los demás son de tipo retrete a la turca; de cuclillas, unos buenos cuádriceps, un pie a cada lado del agujero y a relajarse. Destino donde las operaciones de estética salen a cuenta, tanto por la experiencia como por el coste económico. Tal y como inequívocamente apunta Frank Cuesta, “oyes Bangkok y piensas: drogas, putas, cocodrilos en las calles… y eso era hace muchos años. Esto ahora es una ciudad muy moderna”.
Pocos de los turistas occidentales piensan en Tailandia en términos que no sean arroz, elefantes, droga y colorido
Muy a su pesar, Bangkok tiene encima la cáscara de mitos y estereotipos sobre su gente, cultura y religión. Además, la capital está sujeta y, cada vez con mayor fuerza, a un dominio e influencia occidental, siempre recibido con la hospitalidad más sincera y conmovedora. Mientras que al turista parece que sólo le importe el no irse de Tailandia sin la fotografía de rigor sonriente en el lomo de un majestuoso pero abatido elefante asiático. Una imagen exótica que imperará la portada del álbum del viaje a Tailandia; una instantánea que esconde la espantosa realidad; mamíferos que serán sometidos a golpes y órdenes hasta que no sean lo suficientemente dóciles como para ser útiles. Otra de las experiencias que un occidental no se perderá, el thai massage, pero ojo con algunos porque pueden terminar con un final feliz en manos de lady-boys.
Necesario es alejarme del concepto occidental de viaje para ver la realidad desde cerca, tan cerca que lo borroso se vuelve nítido. Salir de donde venía y buscar otras prioridades. Sabía que a cada paso que diera me esperaría algo completamente nuevo, no tener ningún camino aprendido sino descubrirlo; sensación que hace que estemos alerta para no perdernos nada. Triple riqueza añadida: vivencia, experiencia y sensación. Javier Reverte, viajero y periodista, justifica el viaje por el carácter irremplazable de la experiencia directa: “para captar la realidad de un espacio determinado no basta con la simple lectura o con el ejercicio de un solo sentido; hace falta una vivencia personal, material, sensible”. Nuestro cuerpo, como único soporte de nuestros sentidos, es insustituible para percibir toda la riqueza de emanaciones visuales, olfativas, táctiles, auditivas, gustativas, etc. que se desprenden del nuevo ámbito. Además, todo viaje implica un cierto respeto a la diferencia y dejar de lado la sobriedad sobre la superioridad de nuestra cultura. Reverte ya lo puso en práctica en sus viajes: “Antes, cuando viajaba, procuraba fijarme en lo que me diferenciaba de los otros. Ahora, sólo me intereso en lo que nos parecemos”. Es importante la figura del viajero no solo para referirse al otro sino para darle la palabra y manifestar su voz.
…Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que no sé por dónde empezar, supongo que por el principio. Antes una debida aclaración. Este escrito no se supone que debe ser un diario del viajero ni una guía para el turista, sino un reflejo de la realidad vivida durante un mes en Tailandia. Fuera estereotipos y prejuicios, vamos a intentar entender o, al menos respetar, su estilo de vida.
“Si somos capaces de explicar estas realidades, en lugar de construirlas bajo ficticias y estereotipada imágenes, encontraremos el verdadero sentido de este periodismo de viajes. Muchos periodistas viajeros ya lo están haciendo”. Mariano Belenguer (2002:191)