Sabadi ka [Hola]
Estoy en Tailandia, dónde los estereotipos se desmitificarán o se reafirmarán. Pero antes, para entender mejor dónde me encuentro repasemos algunos datos básicos del país.
Capital: Bangkok (cada vez más europeizada).
Geografía: situado en el centro del Sureste Asiático y compartiendo fronteras con Myanmar, China, Laos y Camboya.
Superficie: 514.000 km2, con un tamaño aproximado al de España.
Población: 65.493.298 habitantes.
Idioma oficial: Tailandés. La gran mayoría, ni tan solo “chapurrean” el inglés.
Moneda: Baht tailandés (1 euro=39,31 bahts).
Actividades: turismo y agricultura.
Color nacional: rosa.
Esperanza de vida: 69 años (hombres) y 74 años (mujeres).
Deporte nacional: thai boxing.
Sistema de gobierno: Monarquía Constitucional.
Monarca (jefe de Estado): Bhumibol Adulyadej, en el trono desde 1946.
Primer Ministro (jefe de Gobierno): Abhusit Vejjajiva del Partido Demócrata.
Día Nacional: 5 diciembre.
Economía: exportaciones, principalmente de arroz y textil.
Religión: 95% de la población practicante del Budismo Theravada.
Gastronomía: comida básica el arroz, presente en todas las comidas.
Media de hijos: 1 o 2 por familia.
Nuevos amigos: mosquitos (nombre).
Señales de tráfico: orientativas, no prohibitivas.
Me encuentro en el algún lugar del mapa. Tailandia, dónde el Google Earth no llega y dónde las lluvias protagonizan los días. Un país dónde todo tiene otro nombre, color y olor. Bangkok, capital moderna y tradicional a la vez. Sin embargo, se trata de una ciudad relativamente joven, con menos de 250 años de historia. Hasta mediados del siglo XVIII la capital que hoy conocemos no era más que un pequeño puesto comercial. Su población vive a un ritmo desenfrenadamente consumista. Repleto de mercadillos callejeros, de la omnipresencia dorada de las pagodas budistas y de ruidosos túk-túk, unas motocicletas carrozadas que estafan a turistas occidentales. Su mayor herencia es su gente correctamente catalogada por su encanto y hospitalidad. Estamos en el país de las sonrisas. Lugar intercultural donde toda la gente del mundo coincide, sea de paso o de lugar residencial. Las culturas no solo pueden convivir, sino también, aprender unas de otras. A diferencia de sus vecinos, Tailandia nunca estuvo colonizada por ninguna potencia extranjera. Nunca ha estado dominado, el tiempo suficiente, como para perder su individualismo y esencia. Por supuesto que se ha visto influenciado por el contacto de otras culturas extranjeras y más siendo un notorio lugar de compra y venta. Tailandia, el legado de reinos antiguos en contraste con el bullicio de la ciudad. A primera hora de la mañana, con el sol madrugador, las calles se ven invadidas por el denso olor a comida frita de los puestos ambulantes y la actividad alcanza su punto álgido. Los canales de Bangkok se visten de un mercado flotante. Barcas cargadas de frutas, verduras, sombreros de paja y bolsos de imitación.
A modo de sumario y sin ánimo de extenderme, retrataré Bangkok como una capital representada por la trilogía de una metrópoli asiática, una ciudad santa y un gran centro cultural y turístico; la perfecta combinación entre la belleza natural, antiguos templos y ruinas, conocida hospitalidad y sabrosa gastronomía.
Fauna y vegetación a tutiplén
Valles tapizados de vegetación tropical, telones de montañas envueltas en bosques frondosos, murallas de palmeras obstaculizando la visión del horizonte, playas desiertas, aguas de brillos turquesas; todo un escenario que resulta conocido y familiar como auténticas reproducciones del Google image y de postales de ensueño.
Paisajes silvestres popularizados por una abundante fauna; el misterioso e omnipresente canto de pájaros y aves invisibles en la selva, reptiles descendientes de los cocodrilos e insectos personificados en arañas de tamaño medio, cucarachas más bien grandes y multitud de hormigas rojas. Eau de relec, el antimosquito como único ahuyentador de la orquestra de animales e insectos que inundan los exteriores.
Contrastes como constante
Si tuviéramos que resumir cómo es Tailandia en una frase, ésta sería: país de contrastes y contradicciones. En el centro de la capital se alzan rascacielos de hoteles lujosos, oficinas y sedes de las más conocidas multinacionales. A sus pies, se levantan chabolas que se sujetan por palos sobre un río de aguas estancadas. La arquitectura residencial de los autóctonos se basa en sencillas casas de madera de una sola habitación edificadas sobre pilares, dónde habitan toda la familia incluidos los abuelos. En la misma zona, se puede ver casas intercaladas que anuncian la riqueza de sus propietarios con la adición de una sencilla construcción de dos pisos incorporados en un jardín particular.
Como anécdota, cabe comentar la norma number 1 para poder tomarte una copa en el ático dónde se rodo la película Resacón 2. No puedes llevar chanclas de “playa”. O para ser menos precisos y más prácticos, uno debe vestirse con sus mejores galas para poder subir al Skybar del Tower Levoir Hotel. La solución, fácil. Detrás del hotel, entre unos matorrales las señoritas pueden alquilar unos zapatos por 100B y los señoritos todo tipo de pantalones largos de etiqueta. Mientras los clientes y turistas más ‘posturitas’ se toman el cóctel de 40 euros acariciando el cielo, en los bajos los autóctonos se contentan comiendo a pie de calle.
En el centro de la capital se levantan rascacielos de hoteles lujosos. A sus pies, chabolas sujetas por palos
Lujosos centros comerciales, como el de Siam Paragon, Robinson, MBK o Terminal 21, donde al entrar debes pasar tres rituales: escáner y revisión de bolso, saludar al policía-general que permanece en la entrada y -sólo si quieres-, desinfectar tus manos con el gel húmedo que se ofrece en la entrada.
Por no hablar de los Resorts ‘lose your mind in the luxury’ culpables de la excesiva y continua tala de árboles con multiplicidad de carteles “Land to rent”. Por suerte y no les auguro mucho tiempo de existencia, hay parques naturales como el Lumphini, dónde poder escapar de la ciudad, hacer unas clases del taichí gratis y probar distintas formas de sanación y meditación.
Evidentemente y como en cada destino, Tailandia es una ciudad hecha para todo tipo de bolsillos. Tú decides cómo viajar, aún así cuesta asimilar el contraste y la dilatada separación que hay entre la clase media-alta y la más auténtica pobreza.